Cuando uno decide hacerse cooperante como yo, así, de golpe y porrazo, opta por cambiar de forma de vida. Uno se va a vivir a un país lejano, con otras costumbres y con muchos menos recursos que el nuestro, e intenta emular a los locales en su forma de vivir. Decides que vivirás con humildad, que no necesitas una casa cómoda y bonita; aquellos para los que trabajas apenas disfrutan de esas comodidades y vivir en condiciones similares te parece un ejercicio de coherencia y solidaridad.
Esto te ocurre al principio.
Pero a medida que pasan los meses y con la perspectiva de que vas a estar dos años en el país, de forma inconsciente tus hábitos vuelven a europeizarse. Empiezas un día comprándote algo de ropa que no necesitas en el centro comercial. Te pones la excusa de que la apertura de Zara en este país es un evento y hay que celebrarlo. Otro día, cansado de tanto frijol y tortilla de maíz, decides hacer un extra e irte con tus colegas a un restaurante japonés. Luego te das cuenta de que un Mp3 o un ipod te ayudarían a pasar las largas horas en esos autobuses centroamericanos . Finalmente, otro día decides ya no pringar tantas horas en los autobuses e irte el fin de semana al Caribe en avión, pues hay que aprovechar que el dólar está bajo.
Añadiéndole a esto el gasto periódico en aceite de oliva y queso importados (porque aquí no hay y son imprescindibles en la dieta española) y la piscina a la que te apuntas porque aunque seas cooperante hay que mantener la línea, de repente te das cuenta de que estás siguiendo un ritmo de vida similar al que llevabas, eso sí, tres veces más barato, y entonces te asaltan los remordimientos.
Recuerdo cuando en la India, después de estar en la Fundación Vicente Ferrer, viví y trabajé un mes en Koilkuntla, un pueblo en una zona rural bastante aislada. Estaba muy contento y orgulloso, viviendo en una casa similar a la de mis vecinos de la casta intocable, sin comodidades, sin agua corriente, duchándome con cazos y pasando unas noches calurosas insoportables. Sentía que mi compromiso con aquella gente era total. Hasta que un fin de semana exploté, me fui a la capital , Hyderabad, y me tiré un día entero en un centro comercial con aire acondicionado, comiendo en Mcdonals (yo en Mcdonald’s, pero si lo odiaba!!) y comprando ropa.
Sí, de vez en cuando siento remordimientos. Alguno de mis colegas cooperantes dicen que lo importante es el trabajo que hemos venido a realizar aquí para ayudar a la gente; lo que hagamos en nuestra vida privada forma parte de la esfera personal que nada tiene que ver con el trabajo y lo importante es sentirse cómodo en el país para poder llevar a cabo lo que hemos venido a hacer.
Esto te ocurre al principio.
Pero a medida que pasan los meses y con la perspectiva de que vas a estar dos años en el país, de forma inconsciente tus hábitos vuelven a europeizarse. Empiezas un día comprándote algo de ropa que no necesitas en el centro comercial. Te pones la excusa de que la apertura de Zara en este país es un evento y hay que celebrarlo. Otro día, cansado de tanto frijol y tortilla de maíz, decides hacer un extra e irte con tus colegas a un restaurante japonés. Luego te das cuenta de que un Mp3 o un ipod te ayudarían a pasar las largas horas en esos autobuses centroamericanos . Finalmente, otro día decides ya no pringar tantas horas en los autobuses e irte el fin de semana al Caribe en avión, pues hay que aprovechar que el dólar está bajo.
Añadiéndole a esto el gasto periódico en aceite de oliva y queso importados (porque aquí no hay y son imprescindibles en la dieta española) y la piscina a la que te apuntas porque aunque seas cooperante hay que mantener la línea, de repente te das cuenta de que estás siguiendo un ritmo de vida similar al que llevabas, eso sí, tres veces más barato, y entonces te asaltan los remordimientos.
Recuerdo cuando en la India, después de estar en la Fundación Vicente Ferrer, viví y trabajé un mes en Koilkuntla, un pueblo en una zona rural bastante aislada. Estaba muy contento y orgulloso, viviendo en una casa similar a la de mis vecinos de la casta intocable, sin comodidades, sin agua corriente, duchándome con cazos y pasando unas noches calurosas insoportables. Sentía que mi compromiso con aquella gente era total. Hasta que un fin de semana exploté, me fui a la capital , Hyderabad, y me tiré un día entero en un centro comercial con aire acondicionado, comiendo en Mcdonals (yo en Mcdonald’s, pero si lo odiaba!!) y comprando ropa.
Sí, de vez en cuando siento remordimientos. Alguno de mis colegas cooperantes dicen que lo importante es el trabajo que hemos venido a realizar aquí para ayudar a la gente; lo que hagamos en nuestra vida privada forma parte de la esfera personal que nada tiene que ver con el trabajo y lo importante es sentirse cómodo en el país para poder llevar a cabo lo que hemos venido a hacer.
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