Hace unas semanas colgué un post sobre mi viaje a Nicaragua, pero me quedó algo importante por comentar: la turbulenta situación política que vive el país. En el 2006 Daniel Ortega, del Frente Sandinista de Liberación Nacional FSLN, llegó al poder, si bien anteriormente su partido ya gobernaba en un gran número de municipios. Se trata del único gobierno de izquierdas de Centroamérica, lo cual lo hace blanco de todas las miradas. Muchos confiaban que este gobierno pondría fin a años de corrupción e ineficiencia del estado. Al final Ortega está recibiendo muchas críticas incluso desde la misma izquierda. Se le acusa de que está ejerciendo el poder de modo similar al de Chávez, excluyendo e incluso persiguiendo a todo aquel que se oponga a él. Desde el mismo sandinismo ha aparecido una corriente contraria a que siga en el poder.
En este contexto, hace un mes se celebraron elecciones municipales. Pese a que estaba claro que el FSLN iba a ganarlas, éstas no fueron suficientemente transparentes. La oposición, el Partido Liberal, empezó una campaña de protesta por los resultados y empezaron los disturbios en Managua, que se fueron extendiendo por el país. De hecho mientras nosotros estábamos visitando proyectos, llegaron rumores de altercados, y tuvimos que modificar la ruta prevista. Al final afortunadamente la cosa no ha ido a mayores, pero es evidente que hay mucho malestar en el país incluso desde las filas del propio Ortega.
¿Por qué no es posible que los partidos de izquierdas latinoamericanos que tienen la oportunidad de llegar al poder y acabar con la desigualdad y corrupción provocadas por los partidos de derechas, lo hagan de forma democrática y sin excluir a nadie?
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